Han pasado varios meses desde que no tomaba en sus manos el llavero, un juego con la llave de la puerta y la del zaguán, una más para el candado de la cochera, una pequeña navaja suiza y la llave del automóvil. En realidad, buscaba el rollo de cinta para aislar dentro de ese bote de hojalata arriba del locker, en su lugar encuentra las llaves y su pensamiento de inmediato se dirige al automóvil. “Un automóvil parado debe encenderse de vez en cuando para evitar que el motor se pegue”. Piensa mientras sus pasos se dirigen a la cochera. Una capa de polvo se ha acumulado sobre el vehículo. Abre la puerta y se sienta frente al volante sintiéndose acogido por el sillón, dentro del coche todo sigue como la última vez que estuvo allí, incluso una botella de agua a la mitad, un montón de recibos de casetas de cobro en el portaobjetos del tablero, el CD de rock en tu idioma insertado en el estéreo. Enciende la máquina y contrario a su expectativa arranca con docilidad y prestancia. “Estás...
Subiendo los escalones rumbo a la casa, Jonás se detiene un momento a recuperar el aliento. Mira hacia el horizonte montañoso y ve el atardecer. Las nubes se inflaman con la luz del Sol en esplendorosos tonoso dorados, un cielo azul puro y cristalino rodea las nubes mientras las sombras de la noche se extienden por doquier. Extasiado Jonás deja volar su imaginación y se ve a sí mismo al timón de un velero, el viento en el rostro el aroma salino del mar con la proa dirigida al horizonte sin final. Por la ventana de la casa escapa el sonid de alguien tosiendo. Eso saca a Jonás de su ensoñación y apresura los últimos pasos para llegar a la puerta. Antes de abrir no puede evitar voltear de nuevo y prometerse a sí mismo: Algún día volveré, espérame mar color turquesa, espérame tempestad, algún día volveremos a encontrarnos.